La venganza de Don Luigi
Su puntiaguda perilla le delata. Luigi Dal’Igna es una caballero medieval de noble cuna que silencioso y sin prisa ha llevado a cabo su venganza, ha devuelto el honor y el orgullo a dos damas heridas de muerte tras una historia de amor y traición imposibles al más puro estilo de Shakespeare. Estas dos damas fueron una marca (Ducati) y una profesión, la del valiente ingeniero Filippo Preziosi.
El paso de un talento como el de Casey Stoner por Ducati no supuso más que una ascensión a las alturas que la falta de desarrollo, impuesta por la marca no financiando a su ingeniero, terminó arrastrando a un infierno aún más profundo. Los éxitos de Stoner no hicieron más que empobrecer el paso de Rossi por la marca y no han hecho más que remarcar el último día que Ducati consiguió una victoria hace seis años, seis. Seis años de sequía que, no haber sido por los éxitos de Stoner, hubiera sido menos asfixiante. El fichaje de Valentino Rossi como el sustituto de Stoner podría haber sido la gran y definitiva explosión de Ducati junto a un icono de la marca como era, y es, Filippo Preziosi, el ingeniero que diseñara las primeras Ducati de MotoGP, el gran Preziosi que ideara la moto con la que Stoner fue Campeón del Mundo y Capirossi optara a serlo, el que ideara la hipercompacta Panigale con chasis de aluminio, el gran Preziosi que ya tenía planeados los cambios técnicos que su niña roja, su Ducati GP necesitaba rediseñarse al económicamente costoso ritmo que se reinventaban las motos japonesas.
Pero la cúpula de Ducati parecía tener otros planes a corto plazo: la venta de la marca, algo que no permitía a Preziosi seguir el costoso ritmo de reinvención de las japonesas. Probablemente todo lo que ocurriera en esos meses fueran fuegos de artificio, comenzando por el fichaje de Valentino Rossi que se mostraría como un valioso activo de una marca en venta y que frenó en seco la financiación para el desarrollo de sus prototipos de competición. Al menos eso es lo que uno termina dibujando en su mente cuando uno habla con ese trovador italiano que nos hace «sorridere un pò«.
Para la afición, Rossi fue incapaz de sobreponerse a una moto mal parida y, como ocurre con cualquier piloto mágico incapaz de sobreponerse a su mecánica (como un Fenati cualquiera), la culpa de todo la tenía el técnico que la parió, mi admirado Filippo Preziosi. Mientras gran parte del público culpaba al ingeniero de las desventuras de la marca y su piloto, los ajenos despachos de Ducati y Audi echaban humo ultimando los detalles de una compra que lo paralizó todo y las ideas de Preziosi se perdían como lágrimas en la lluvia.
Para cuando Audi tomó las riendas de Ducati, para cuando tomaron el control del equipo de MotoGP, todo estaba perdido, toda la imagen y trabajo desfasado, toda esperanza de resultados abandonada por el desánimo general y el tiempo desaprovechado durante el traspaso de la marca. Rossi abandonó el barco y Filippo Preziosi fue la cabeza de turco que nos quisieron enseñar. Ducati se convirtió esa cándida cenicienta a la que dejaban competir por condescendencia. Y entonces, alguien de Alemania decidió confiar la solución a quien se la negó la antigua cúpula de Ducati: a un hacedor de motos.
Dal’Igna debió mesar bastante su puntiaguda perilla mientras esperaba la carta blanca de Audi para desarrollar su moto. Hoy, Ducati ha vuelto a ganar un Gran Premio de forma incontestable, Ducati ha vuelto a ganar un Gran Premio mostrando ese ADN Preziosi de motor megapotente y otras ideas que quedaron en el tintero de Filipo. Hoy Luigi Dal’Igna es respetado y señalado por haber creado una moto que está por encima de sus pilotos y que espera a un piloto que esté por encima de ellos para luchar por lo más grande, mientras otros suspiran por poder pilotar una Ducati de Dal’Igna. Hoy, Luigi Dal’Igna le ha devuelto a Ducati el halo de moto ganadora, pero sobre todo, hoy Luigi Dal’Igna le ha devuelto a los ingenieros la parte de mérito que los pilotos y el público les niega, o quizá sólo olvida, en las victorias. Hoy, Dal’Igna ha vengado a Preziosi con la frialdad de las épicas historias de venganza.