Que Marc y Jorge nos perdonen
Un par de Grandes Premios más y nos lo terminamos por creer. Un par de carreras más y aceptamos que la máxima expresión del motociclismo en el universo (sí, sí, del universo), tanto a nivel tecnológico, de pilotaje y difusión era, en realidad, una carrera de fondo en la que la línea que separa el pilotaje límite del pilotaje irresponsable se confundía por momentos, algo que en gran medida ha venido dado por el desconocimiento (hay quien lo llama imprevisibilidad) de los nuevos neumáticos que Michelin esta suministrando, convirtiendo la búsqueda del límite en un ejercicio que sobrepasa la deportividad y el sentido común poniendo en peligro la integridad propia, la de otros y la lucha por el mundial.
Un par de Grandes Premios más y nos convencen desde el instaurado ambiente de susceptibilidad máxima (esa nueva política del miedo llevada a MotoGP) de que un adelantamiento es un mal necesario que un piloto debe acometer con exquisitez máxima. Un miedo nacido de la excesiva repercusión en medios, del incondicional apoyo de los fans a sus pilotos favoritos y de una postura “conmigo o contra mí” que algunos pilotos tomaron al final del año pasado, encontrándose en clara coincidencia espacio temporal, con un bonito contrato para llevar cascos AGV (Iannone, si lees ésto, no te des por aludido, ya sabemos que tu estilo sigue siendo agresivo en pista, al menos con Dovizioso). Desde el pasado Gran Premio de Australia, cada maniobra de según qué pilotos contra según qué otros pilotos (porque los del grupo de atrás ni salen por TV ni tienen el apoyo masivo de la afición y que las Ducati se tiren entre ellas es anecdótico) se observa, se examina, se estudia y analiza con una ceja enarcada bajo la automática sospecha de antideportividad, irresponsabilidad y adulteración de la competición como si un adelantamiento fuera un intencionado intento de sacar de pista a un piloto que no puedes dejar atrás. Encima, con unos Michelin (teóricamente) imprevisibles, lo que te hace más irresponsable todavía encima de una moto.
Y un par de carreras más y nos convencen, y lo que es peor, convencen a los mismos pilotos de que la máxima expresión del Motociclismo en el universo (que sí, que del universo) resulta ser una partida de dominó en la que ir sumando puntos sin jugártela, entre otras, porque el resto de jugadores no están dispuestos a perder puntos por arriesgar una caída, una discutible sanción o una presión mediática, y porque a fuerza de repetirlo, un poco más y asumimos que competir resulta antideportivo. La mayor satisfacción pasa por ver cómo su piloto favorito huye de los errores sin arriesgar, y si hablamos de piloto favorito, hay uno que resalta sobre todos por méritos propios: Valentino Rossi.
La simple presencia de Rossi en pista ya es espectáculo para muchos. Ver a Rossi sumar puntos en una partida de dominó sin enfrentamientos directos es la mayor satisfacción que muchos aficionados, y su ausencia, decepción máxima y ausencia de espectáculo mientras otros pilotos «simplemente» suman puntos.
Pero el pasado GP de Italia el espectáculo volvió a la pista de la que nunca debió salir, el espectáculo volvió a ser espectáculo en vez de agresión.
Marc Márquez olvidó todas las críticas vertidas sobre su pilotaje “inseguro” y todas esas zarandajas de sumar puntos sin arriesgar (por dios, que sólo llevamos 6 carreras…) y se lanzó a por la victoria sin pensar en el Mundial ni en las limitaciones de su moto, justo como cuando logró ser Campeón del Mundo (ah, aquel insensato que no sabía qué hacia con su moto…) Jorge Lorenzo, por su parte, herido en su orgullo, lejos de quejarse en la siguiente rueda de prensa pidiendo que no le metieran rueda devolvía la moneda en una arriesgada maniobra que no encontraba hueco para luego terminar ganando por pura tracción y fe en su Yamaha, desafortunada celebración en el corralito incluida, en la carrera más veloz nunca vista en Mugello. Tal fue el espectáculo que la rotura de Rossi pasó a un segundo o tercer plano, tal fue el espectáculo que, a pesar de la decepción que acalló el circuito de Mugello, vimos la (hasta ahora) mejor carrera del año.
Un par de carreras más y olvidamos lo que Marc y Jorge tienen asumido: aquí se viene a competir al límite de las posibilidades técnicas y en la medida que el rival exige sin miedo a la política del miedo. Gracias por devolvernos el espectáculo, gracias por exigirle a vuestro rival que os devuelva el adelantamiento demostrándole que estáis dispuestos a jugárosla, haciéndoos grandes entre vosotros, a vuestros rivales y al Mundial de Dominó más caro del mundo. Gracias por recordarnos cómo nos gustaba el motociclismo antes del miedo. Que Marc y Jorge perdonen nuestras dudas, que Marc y Jorge perdonen que olvidáramos de qué iban las carreras de motos, que Marc y Jorge perdonen que ahora aplaudamos lo que ayer criticábamos por miedo a no seguir la corriente dominante.
Que nos perdonen por no habernos dado cuenta que el espectáculo del arriesgado pilotaje de Márquez y el orgullo de Lorenzo sean lo único capaz de tapar ciertas ausencias mientras se les tildaba de antideportivos e inconscientes. Que nos perdonen por no ver que ciertas presencias son el complemento perfecto a su competitividad.